Cuando no escuchas su voz te recorre un frío abismal. Tiembla el cielo y caen torrenciales, no de agua fresca sino de intolerante soledad.
Se yergue el desespero y transmuta sin piedad la desesperanza. Se baten las fuerzas, las rodillas temblorosas por sí solas les cuesta sostenerse.
Se unen las manos, en señal de necesidad profunda, es ahí, dónde, Mujer, encuentras reposo, descanso a tu corazón agotado y
calma a tu espíritu fatigado.
Ahí es dónde te vuelves
valiente,
poderosa,
vulnerable,
indestructible
porque lo sabe tu alma, que al Dios, a quién tú clamas nunca te ha dado la espalda.
Clama al Señor Jesus y el te responderá
El destino de una Mujer.
Evelyn Nayit
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